Con su equipo de buceo, se sumergió en el océano. A medida que descendía, la luz del sol se desvanecía, pero un resplandor azul comenzó a iluminar el entorno. Frente a ella, un bosque de corales brillaba en tonos turquesa y violeta. Era real. Fascinada, Emma se acercó para tomar muestras cuando sintió una corriente inusual.
De repente, una sombra cruzó el agua. Un majestuoso tiburón ballena nadaba lentamente alrededor del arrecife, como si protegiera aquel santuario. Emma entendió que aquel ecosistema era más que un hallazgo científico; era un tesoro natural que debía ser preservado.
Cuando regresó a la superficie, decidió no divulgar la ubicación exacta del arrecife. En su lugar, trabajaría para protegerlo, asegurando que el misterio y la magia de las Maldivas perduraran para siempre.
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