Ve algo moverse en la esquina del ojo y salta del susto.
El “fantasma” resulta ser el gato… con una media en la cabeza.
Suspira, se ríe, y promete no volver a ver películas de terror solo.
Pero antes de que pueda sentarse, el gato —orgulloso de su nuevo “casco”— comienza a caminar de lado, chocando contra todo.
Primero tumba una planta. Luego una taza.
Después, en su heroica misión de “cazar fantasmas”, se lanza directo contra la cortina.
El resultado: gato enredado, cortina en el suelo, y una mirada que claramente dice “yo lo planeé”.
Él lo observa en silencio unos segundos, mientras el gato se queda inmóvil, cubierto de polvo y tela, como si la vida le hubiera pasado por encima.
Y entonces suena el timbre.
Ahí está su cita.
Y él… con un gato ninja colgando del brazo.
Abre la puerta intentando parecer tranquilo, aunque el gato todavía le cuelga del brazo como un peluche rebelde.
—Hola… —dice con una sonrisa nerviosa.
Su cita lo observa, parpadea dos veces y pregunta:
—¿Eso es… parte del disfraz?
Él mira al gato. El gato maúlla, con la media aún en la cabeza.
—Sí, claro —improvisa—. Es… Gato Fantasma 3000. Innovador, ¿no?
Ella suelta una carcajada tan fuerte que hasta el gato se asusta y huye, dejando un rastro de tierra y dignidad por el pasillo.
Él suspira, se encoge de hombros y dice:
—Bueno, al menos rompe el hielo.
Ella sonríe.
—Y la cortina.
Entre risas, entran a la casa.
Y mientras él trata de esconder el desastre, el gato reaparece… con la otra media.
Porque si algo aprendió ese gato, es que el drama vende.
Ella apenas cruza la puerta cuando tropieza con el zapato que él juraba haber dejado en el clóset.
Él intenta ayudarla, pero termina resbalando también.
Ambos caen al suelo entre risas, mientras el gato, desde lo alto del sofá, los observa con la solemne mirada de quien ha visto demasiadas películas románticas.
—Creo que tu gato me odia —dice ella, sentándose.
—No, solo juzga a todos por igual —responde él, intentando desenredar una cortina del tobillo.
Para compensar el caos, él corre a la cocina a preparar café.
Cinco segundos después, se escucha un “¡boom!”.
Ella se asoma: el filtro explotó. Hay espuma por todas partes.
Él, empapado en café, levanta la mano y dice:
—¿Sabías que esto era parte del plan? Experiencia inmersiva.
Ella ríe tanto que casi se cae otra vez.
El gato aprovecha el momento para sentarse en su regazo, satisfecho.
Por primera vez en toda la tarde, hay silencio.
Hasta que suena el microondas.
Él lo mira confundido.
—Yo no puse nada ahí…
La puerta del microondas se abre sola.
Del interior, emerge un trozo de pizza olvidado desde quién sabe cuándo.
Ella lo mira y dice entre risas:
—Tu casa es un zoológico.
—Y tú acabas de comprar entrada —responde él, sonriendo.
El gato maúlla, la cafetera vuelve a hacer un ruido extraño, y en ese instante los tres entienden algo:
esa cita iba a ser inolvidable.
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