En el pintoresco pueblo de Soledad de Graciano Sánchez, en el corazón de San Luis Potosí, vivía una mujer llamada Doña Rosa. Era conocida por todos como la mejor cocinera del pueblo, y su especialidad eran las enchiladas potosinas. Estas no eran unas enchiladas comunes; tenían un sabor y una historia especial que Doña Rosa guardaba con cariño.
Una tarde, Doña Rosa decidió enseñar a su nieta, Lupita, el arte de preparar las enchiladas potosinas. Lupita era una niña curiosa y siempre había sentido una gran admiración por las habilidades culinarias de su abuela. "Abuela, ¿por qué las enchiladas potosinas son diferentes a las demás?" preguntó Lupita mientras se acercaban a la cocina.
"Ah, mi querida Lupita," respondió Doña Rosa con una sonrisa, "nuestras enchiladas son especiales por el amor y la dedicación que ponemos en cada paso. Pero también tienen una historia que viene de tiempos antiguos, una historia que nos conecta con nuestras raíces."
Doña Rosa comenzó a preparar los ingredientes. Primero, sacó los chiles anchos y guajillos secos, los desvenó y los puso a remojar en agua caliente. "Estos chiles serán la base de nuestra masa," explicó. Después de un rato, los licuó con ajo, comino y un poco de sal, creando una salsa espesa y aromática.
"Ahora viene la parte mágica," dijo Doña Rosa mientras mezclaba la salsa con la masa de maíz, dándole un hermoso color rojizo. "Esta receta la aprendí de mi abuela, quien la aprendió de su abuela, y así ha pasado de generación en generación."
Con la masa lista, Doña Rosa comenzó a formar pequeñas tortillas. Las coció ligeramente en un comal, solo lo suficiente para que tomaran forma pero sin que se doraran por completo. Luego, las rellenó con una mezcla de queso fresco y cebolla picada, las dobló con cuidado y las volvió a poner en el comal para que se terminaran de cocer.
"Las enchiladas potosinas se sirven con lechuga fresca, rodajas de tomate y aguacate, y una buena porción de frijoles refritos," continuó Doña Rosa mientras armaba los platos. "Cada mordida debe ser una explosión de sabores y texturas."
Lupita observaba con ojos brillantes, maravillada por la habilidad y la paciencia de su abuela. Finalmente, ambas se sentaron a la mesa con la familia y compartieron el fruto de su trabajo. Las enchiladas potosinas de Doña Rosa eran más que un platillo; eran una conexión con el pasado, un testimonio de amor y tradición que unía a la familia.
Esa noche, Lupita comprendió la verdadera magia de las enchiladas potosinas. No solo se trataba de los ingredientes o la técnica, sino del legado y el amor que Doña Rosa transmitía en cada paso. Y así, prometió que un día, ella también enseñaría a sus hijos y nietos a hacer esas enchiladas tan especiales, asegurando que la tradición y la historia continuaran vivas por muchas generaciones más.
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