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En el tranquilo pueblo de Real de Catorce, situado en el mágico estado de San Luis Potosí, vivía un niño llamado Emiliano. Emiliano tenía una curiosidad insaciable y una pasión secreta por la cocina. Había oído hablar de las famosas enchiladas potosinas de su abuela, Doña Elena, y soñaba con aprender a hacerlas.
Un soleado sábado, Emiliano decidió que era el día perfecto para pedirle a su abuela que le enseñara. Caminó hasta la casa de Doña Elena y, con una mezcla de nerviosismo y emoción, tocó la puerta.
"Abuela, ¿me enseñarías a hacer tus famosas enchiladas potosinas?" preguntó Emiliano con una gran sonrisa.
Doña Elena, sorprendida y encantada por el interés de su nieto, asintió con alegría. "¡Claro que sí, Emiliano! Vamos a la cocina, te mostraré todos los ingredientes y el proceso."
La cocina de Doña Elena era un lugar cálido y acogedor, lleno de aromas y recuerdos. Ella comenzó a sacar los ingredientes necesarios: maíz para hacer la masa, chiles anchos y guajillos secos, ajo, comino, sal, queso fresco, cebolla, lechuga, tomate y aguacate.
"Primero, necesitamos preparar los chiles," explicó Doña Elena mientras desvenaba y remojaba los chiles anchos y guajillos en agua caliente. "Estos chiles darán color y sabor a nuestra masa."
Una vez que los chiles estuvieron suaves, Doña Elena los licuó con ajo, comino y sal, creando una salsa espesa y fragante. "Ahora, mezclamos esta salsa con la masa de maíz," dijo mientras amasaba cuidadosamente, hasta que la masa adquirió un hermoso tono rojizo.
Emiliano observaba con atención, fascinado por cada paso. "Abuela, ¿por qué las enchiladas potosinas son tan especiales?" preguntó.
"Porque no son solo un platillo, mi querido Emiliano," respondió Doña Elena con una sonrisa. "Son una parte de nuestra historia y tradición. Cada familia tiene su propia receta, transmitida de generación en generación."
Doña Elena comenzó a formar pequeñas tortillas con la masa y las coció ligeramente en el comal. Luego, las rellenó con queso fresco desmenuzado y cebolla picada, las dobló con cuidado y las volvió a poner en el comal para que se terminaran de cocer.
"Las servimos con lechuga fresca, rodajas de tomate y aguacate, y una buena porción de frijoles refritos," dijo Doña Elena mientras montaba los platos con esmero.
Emiliano estaba emocionado y un poco nervioso cuando probó su primera enchilada potosina. Al saborearla, sintió una explosión de sabores y texturas que lo transportaron a un mundo de tradición y amor.
Esa noche, Emiliano comprendió que cocinar era más que simplemente mezclar ingredientes; era un acto de amor y un lazo con sus ancestros. Prometió que algún día enseñaría a sus propios hijos y nietos a hacer esas enchiladas potosinas, asegurando que la receta y la historia de su familia perdurarían por muchas generaciones más.
Así, en el pequeño pueblo de Real de Catorce, las enchiladas potosinas continuaron siendo un símbolo de unión y legado, transmitido con cariño de una generación a otra.
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