- Get link
- X
- Other Apps
- Get link
- X
- Other Apps
El cielo estaba cargado de nubes grises, en sintonía con el ambiente sombrío que cubría el pequeño cementerio de la iglesia. Una llovizna mistral caía, envolviendo a los dolientes mientras se reunían bajo sus paraguas, con rostros marcados por una mezcla de dolor y resignación. Entre ellos se encontraba una figura, callada y observadora, pero extrañamente distante del pesar que se cernía en el aire.
Era un funeral, pero no podía comprender de quién. La escena se sentía extrañamente familiar, como un sueño recurrente que te dejaba con una sensación de déjà vu. Mientras la voz del ministro se abría camino a través del húmedo aire, ofreciendo palabras de consuelo y aliento, intenté ubicarme dentro de este triste cuadro.
Una sensación peculiar me invadió, una conexión inexplicable con la reunión. Mi mirada se posó en un grupo de dolientes, sus rostros borrosos e indistintos, salvo uno. Allí, una mujer con mejillas bañadas en lágrimas, sus ojos eran pozos de tristeza, sostenía una fotografía desgastada firmemente contra su pecho. La imagen era antigua, los colores desvanecidos por el tiempo, pero los rostros eran inconfundibles. Era un retrato familiar de años atrás, un instante de momentos eternamente congelados en el tiempo.
A medida que la ceremonia llegaba a su fin, los dolientes comenzaron a dispersarse, dejando atrás el aroma de tierra húmeda y el eco de sollozos apagados. La mujer con la fotografía permaneció, sus dedos trazando los bordes con cariño, una sonrisa melancólica tocando sus labios. Nuestros ojos se encontraron y, por un instante, se produjo una comprensión no expresada entre nosotros.
Fue entonces cuando me di cuenta, con un sobresalto de claridad, de que no estaba aquí como un desconocido, sino como una presencia entrelazada con los hilos de esta narrativa. Este funeral era el mío, y aún así, no lo era. La frontera entre el pasado y el presente, entre la memoria y la realidad, se había desdibujado.
A medida que los últimos ecos de la ceremonia se desvanecían, la mujer se acercó a mí, su mirada llena de una mezcla de gratitud y tristeza. Habló, su voz temblorosa, recordando momentos queridos y risas compartidas. Era como si me conociera íntimamente, aunque mi memoria seguía envuelta en una niebla de incertidumbre.
Juntos, nos alejamos del lado de la tumba, dejando atrás el peso de la pérdida y adentrándonos en el abrazo incierto de lo que yacía por delante. La lluvia continuaba cayendo, una ducha purificadora que parecía lavar los velos de la confusión. En su estela, emergía la claridad, un destello resplandeciente en medio de lo desconocido.
No podía cambiar el pasado, ni comprender completamente la trama de conexiones que me unía a este momento. Pero mientras caminaba junto a ella, la mujer cuyo rostro estaba grabado en mi memoria, sentía que un propósito se desplegaba, como una flor que se abre paso a través de las grietas del pavimento. Había una historia por descubrir, un viaje por emprender, y en ese momento, era suficiente saber que no estaba solo.
Source: chat.openai.com
Comments
Post a Comment